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La autoridad en la democracia: ¿un poder al servicio de todos?

En los últimos años, el panorama electoral en México ha sido dominado por el respaldo ciudadano hacia el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). El descontento ante los escándalos de corrupción de gobiernos pasados ha favorecido esta preferencia, materializada en dos procesos electorales consecutivos. Sin embargo, la democracia va mucho más allá de elegir a las autoridades; también implica un ejercicio constante y responsable del poder. ¿Qué significa entonces gobernar en un entorno democrático? ¿Es suficiente contar con una mayoría electoral para ejercer la autoridad?

Las elecciones: un punto de inicio, no de final

Las elecciones son un pilar fundamental de cualquier democracia. Estas permiten a la ciudadanía seleccionar, por un periodo determinado, a sus representantes, quienes asumen la responsabilidad de ejecutar políticas públicas y administrar los recursos del Estado. Pero, ¿qué ocurre después del día de la votación? En muchos casos, la autoridad elegida puede interpretar su mandato como un cheque en blanco para implementar su agenda sin considerar a otras fuerzas políticas. En realidad, la legitimidad electoral no exime a los gobernantes de gobernar para todos, ni de atender las preocupaciones y propuestas de quienes no comparten su plataforma ideológica.
En este sentido, las elecciones deben ser vistas como el comienzo de un ejercicio constante de negociación y diálogo. Gobernar es mucho más que aplicar una agenda preestablecida; es crear un espacio en el que las diversas voces de la sociedad sean escuchadas y representadas en la toma de decisiones.

La negociación: clave para una democracia inclusiva

En una sociedad plural y diversa como la mexicana, el verdadero desafío para los gobernantes radica en su capacidad para negociar y crear consensos. Un buen demócrata es aquel que entiende que la autoridad no se ejerce en el vacío, sino en un contexto de múltiples actores con intereses y perspectivas diversas. La capacidad de construir bases de entendimiento y acuerdos se convierte en una herramienta indispensable para encontrar soluciones a los problemas sociales.
La autoridad democrática, por lo tanto, debe ser flexible y dispuesta al diálogo. El poder se vuelve legítimo no solo por su origen en las urnas, sino por su capacidad de gobernar con inclusión y respeto a todas las voces.

Gobernar para todos: un ideal que trasciende ideologías

Finalmente, el ejercicio del poder democrático debe estar al servicio de todos, sin distinción de ideologías o posturas políticas. Gobernar para todos significa reconocer que la pluralidad es una riqueza que fortalece a la democracia. Las diferencias políticas no deben ser vistas como un obstáculo, sino como una oportunidad para enriquecer el debate público y generar soluciones más robustas a los retos sociales.
Los desafíos actuales en México, como la desigualdad, la inseguridad y la corrupción, requieren de un gobierno que escuche y trabaje en conjunto con todos los sectores de la sociedad, independientemente de su alineación política. La tentación de imponer una visión única no solo erosiona la confianza en las instituciones democráticas, sino que polariza a la sociedad.
Tengamos en cuenta que el ejercicio de la autoridad en una democracia implica más que la ejecución de una agenda política. Requiere de una constante búsqueda de consensos y una disposición para gobernar con inclusión. El verdadero reto de las democracias modernas, como la mexicana, es la capacidad de sus autoridades para ejercer el poder de manera que respete la pluralidad y fortalezca el tejido social. Solo así se logrará un gobierno verdaderamente al servicio de todos, donde la autoridad no sea vista como una imposición, sino como una herramienta para el bienestar colectivo.

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