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El tiempo imperfecto de las precampañas

En estos días, conforme lo indica el calendario electoral, han empezado los tiempos de precampaña para que los partidos políticos decidan quienes serán sus candidatos para las siguientes elecciones. Una de las más importantes modificaciones recientemente fue cambiar los tiempos de campaña para tres meses antes de las elecciones, y al mismo tiempo, establecer un espacio para la precampaña. En este último periodo se permite la adquisición de publicidad, regulada por la autoridad electoral, que va dirigida a los simpatizantes de la institución política que postulará al candidato resultado de los procesos internos.

Sin embargo, aún perduran en el seno de los partidos políticos prácticas de no competitividad por las famosas «candidaturas de unidad» o el imponderable «dedazo» o «acuerdos cupulares«. Pero aún con estos usos y costumbres antidemocráticas por no fomentar la competitividad hoy estamos siendo bombardeados por publicidad y propaganda partidista, tanto en medios de comunicación tradicionales, en las redes sociales, espectaculares y otros medios de marketing para posicionamiento de candidatos, aun cuando no hay un proceso electivo interno.

Lo que nos debe llevar a la reflexión sobre lo que debe convenir en este tiempo de precampaña. Ya que no basta que tal publicidad contenga la frase «esta publicidad está dirigida a los simpatizantes del partido«; porque un espectacular, como un anuncio, es difícil que no pueda ser desapercibidos por los demás. Hay candidatos que hacen reuniones, realizan caminatas y organización eventos de los emiten boletines informativos. Pero no hay competitividad ni proceso electivo interno. Por cual ¿es justificado que se promueva la imagen de un candidato de forma general con impacto de posicionamiento hacia la sociedad?

Las precampañas, con uso de presupuesto y acceso de medios, debería limitarse únicamente en los partidos políticos que tenga de dos o más candidatos. Así sería se obligaría, por lo menos, a democratizar a los partidos políticos para desdeñar las prácticas democráticas de la imposición o dedazo.